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Un viejo comunista que tuvo que reconocer el cadáver destrozado de su camarada

  • por Ana Melnik para el Diario del Juicio
Diego Patricio "el Ruso" Fernández dando testimonio por el asesinato de su padre Diego Zoilo Fernández
PH Paloma Cortéz Ayusa


Hector Hugo Assaf, hacia 1975, era obrero ferroviario. Por entonces tenía una intensa actividad política y sindical. Militaba en el Partido Comunista y vivía junto a su familia en Tafí Viejo. Era, además, el presidente del Club Atlético Villa Mitre (que organizaba –y organiza- el Festival Nacional del Limón). Prestó declaración como testigo por la desaparición y muerte de Diego Zoilo Fernández. La fiscalía comienza preguntándole si sabía si Fernández había sido víctima de persecución, de hostigamiento, previamente a su secuestro. “Persecución sufríamos todos los que teníamos ideas progresistas”, por entonces, recuerda, ya podía percibirse la instauración de un sistema de persecución masiva.
Las particulares circunstancias del asesinato de Fernández, en mayo del 75, lo condujeron a la terrible situación de tener que reconocer el cadáver de su amigo en la morgue de un cementerio de Río Colorado. Relata al tribunal que ante el secuestro de Fernández, producido el 10 de mayo a medianoche, su esposa, Olga, recurrió a él. Junto a ella empezaron a buscarlo esa misma noche.
Fueron a todas las comisarías de la zona, consultaron con la policía, con miembros de la iglesia para que intercedieran, sin obtener ninguna respuesta.
Pasaron unos días, hasta que el domingo siguiente salió un artículo en “La Gaceta,” que se refería al hallazgo por parte de la policía de tres cadáveres cerca de Famaillá. Se trataba de muertos en un “enfrentamiento”. Assaf y Olga, ante la sospecha de que entre los muertos podía estar Diego, fueron a la comisaría de Famaillá, frente a la plaza principal del pueblo.

Allí, después de ser sometidos a una serie de preguntas hostiles, uno de los que había presenciado la escena les dijo que los cuerpos habían sido llevados al cementerio.
Llegar al cementerio fue toda una travesía. Primero estuvieron en una comisaría en Río Colorado, donde dejaron pasar solamente a Assaf. Le dicen que Diego Fernández no está allí, que no sabe quién es y que pueden retirarse. En ese momento, Assaf alcanza a ver, en una silla, a un costado, un poncho y unas chancletas, la ropa que Diego había logrado ponerse antes de que fuese secuestrado de su casa. Ante la insistencia de Assaf, el militar accede a permitirle ir hasta el cementerio para comprobar si alguno de los cuerpos era el de su amigo.
Los militares le asignan un acompañante, que debía llevarlo al cementerio. Este acompañante era un hombre muy particular, “si tuviera que describirlo, era como el jorobado de Notre Dame”, “un personaje muy especial”.
Sólo a él lo llevaron hasta el cementerio. La escena, cuenta, era irreal. Un grupo de veinte hombres vestidos con polera negra y con peluca y bigotes de color blanco. Una suerte de disfraz, recuerda. Lo conducen a un “cuartucho”, que funcionaba como morgue. Allí había tres cuerpos tapados con papeles. Junto a él estaba un hombre tomando las huellas digitales a los muertos y, también, un policía a quien conocía, de apellido Villa, que estaba asimismo reclamando por uno de los cuerpos, el de su primo Argentino Roldán.
Cuando empezaron a descubrir los cuerpos, la situación se tornó aún más impactante. Además de las múltiples heridas de bala, tenían muchos cortes, incluso les faltaban dedos. “No concibo que alguien pueda aprender a matar de esa manera”, dice Assaf, emocionado, al tribunal.
Recordó que, al reconocer que uno de los cuerpos era el de Diego, con mucha impotencia dijo, en voz alta: “hay que ser muy hijo de puta para matar de esta forma”. Para su sorpresa, el hombre que estaba tomando las huellas digitales, se volvió hacia él y le dijo: “y Fernández, ¿Cómo era?”. “Entonces vine a identificar un cadáver que ustedes ya conocían…” fue todo lo que pudo contestarle.
Tuvo que comunicar a la esposa y a la familia que Diego estaba muerto. Antonio, hermano de Diego, fue por su cuerpo.
A este hecho, relata, le sucedieron muchas “noches negras”. El Partido Comunista organizó marchas para que se conociese lo que había pasado, pidiendo justicia. Junto a otros compañeros hicieron todo lo posible para que la prensa desmintiese el relato oficial sobre los tres cuerpos aparecidos en Río Colorado, que se difundiese que no se trató de un “enfrentamiento”.
Apunta que el periodista Joaquín Morales Solá, quien en ese entonces trabajaba en “La Gaceta”, rechazó su pedido. José Ignacio García Hamilton, entonces jefe de redacción del mismo diario, sí accedió a su pedido y publicó un artículo -“La injusticia engendra la violencia”-, en el que ponía en tela de juicio la versión de los militares. Esta colaboración le costó su puesto en el diario, recuerda Assaf.
Ante las preguntas de la fiscalía, relata sobre los varios atentados que sufrió la sede del Partido Comunista desde el 75. Su primera detención fue ese mismo año, en la que fue trasladado a la comisaría de Tafí Viejo. Allí lo interrogó un subteniente porteño, López, quien estuvo a cargo de la zona desde el 75. En esa ocasión lo amenazaron de muerte, que lo iban a tirar al Cadillal, todo por ser un “comunista de mierda”.
“Decime –le dijo López- ¿Cómo es que un comunista de mierda como vos tiene un auto último modelo?”, se trataba en realidad del auto que le había dado la empresa para la que trabajaba. Recuerda el temor y la paranoia que López provocaba en la población de Tafí Viejo. “Era un loco, se disfrazaba de mujer para entrar en las wiskerías”, durante sus actividades de vigilancia.
Antes de su exilio, en el 77, su casa fue allanada varias veces. La primera lo amenazaron de muerte a él y a sus hijos pequeños, los militares les hicieron besarles las botas para perdonarles la vida. Durante el segundo allanamiento él no estaba, en esa ocasión se llevaron a dos vecinos a quienes también buscaban, “fue suerte”.
En este punto del relato Assaf se emociona, para él fue una suerte atravesada por el dolor, recuerda lo terrible que es “sentirse vivo y tener amigos muertos…”. Porque hubo diferencias, afirma, él tuvo la suerte de que conocidos, amigos y familiares intercedieron para evitar que fuese detenido muchas veces e incluso desaparecido, hasta que la situación se tornó insostenible. "Pero qué paso con todos aquellos cuyas vidas fueron arrancadas de raíz por el poder prepotente de las fuerzas del terrorismo de Estado, y que, a diferencia de él, no pueden dar hoy su testimonio de lo que empezó a desplegarse en Tucumán a partir del Operativo Independencia".

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