- por Gaby Cruz para el Diario del Juicio
Reconocimiento del CCD Reformatorio - Fotografía: Agencia INFOTO
Reconocer,
mirar, repasar con la memoria, con los ojos, con el olfato. “Aquí pasé el 24 de
diciembre del 76. Había mucho dolor”, fueron algunas de las palabras de Juana
Peralta de Pedregoza. Juana volvió a recorrer el lugar donde vivió, como ella
misma lo dijo, la pesadilla. “Primera vez que vuelvo después de 37 años de
horror”, afirmó esta mujer cuando terminó
el reconocimiento.
En la
entrada de lo que hoy es la Facultad de Educación Física de la Universidad
Nacional de Tucumán, promediando las 10 de la mañana, jueces, abogados, prensa,
público, se disponían a escuchar a los testigos que participarían de la
inspección ocular. Francisco Rafael Díaz, Ramón Brizuela, Teresita Ernestina
Yackel y Juana Peralta de Pedregoza fueron los cuatro testigos que a lo largo
de casi dos horas recorrieron las instalaciones del lugar donde vivieron el
horror. “Por aquí nos entraron”. “Esta puerta era diferente”. “Allá se sentían
los trampolines”. Indicaban los testigos mientras avanzaban por el edificio.
“Aquí fue donde escuché por última vez a mi marido”, dijo Juana y rompió en
llanto.
Es que
en ese lugar se removieron los dolores más profundos. Pero ni enfrentarse con
esos recuerdos de manera tan directa detuvo a estos sobrevivientes en su
búsqueda de justicia, en la narración de la verdad, en la construcción de la
memoria.
Por la
tarde del mismo viernes 30 de agosto se realizó una segunda inspección ocular.
En esta oportunidad la audiencia se trasladó al Hogar Juvenil y Escuela de
Aprendizaje General Belgrano. Allí habría funcionado el Centro Clandestino de
Detención conocido como el ‘Reformatorio’.
Pasada
las 16.30 empezó el esfuerzo de los testigos por reconocer el lugar. “Yo tengo
la sensación que no era este acceso, a mí me entraron y la escalera estaba a la
derecha”, dijo una de las testigos mientras observaba el ingreso. “A mí me
trajeron en un colectivo y me bajaron en un lugar con tierra”, describió Ramón
Brizuela. “Desde arriba escuchábamos que abajo practicaban, los domingos,
instrumentos de vientos”, agregó. “Antes de la escalera había un piso de
tierra”, precisó otro de los testigos. Y así, atravesando el dolor, recorriendo
el lugar, se encontró otro acceso que coincidía con las descripciones
realizadas.
Se
rompió un candado a golpes, se trató de abrir a patadas una puerta. Porque, a
pesar que la inspección estaba previamente pactada, no se había previsto el
acceso a todos los lugares. Y así, con esos ruidos escalofriantes de los
golpes, a contrapelo de una edificación en plena obra de remodelación, de
modificaciones que llevan tres años en construcción, los testigos pusieron todo
de sí para encontrar rastros de lo que recordaban. Buscaban restos de cañerías
que indicasen que allí había sanitarios. Se encontraban con paredes
recientemente levantadas. Sus ojos miraban, buscaban y contenían las lágrimas.
Las voces trataban de mantenerse firmes mientras recordaban. Las vendas con
apósitos, las picanas, los submarinos, las vejaciones, el miedo. El dolor.
Poco y
nada pareció importarle tanto sufrimiento pasado y presente a los abogados
defensores. En determinado momento uno de ellos, Luis Benedicto Fernández,
salió del salón para volver a entrar vociferando: “Esta defensa quiere
denunciar que este no es el lugar donde ellos estuvieron, porque esta defensa
sí investigó”. Dijo que quería impugnar la inspección ocular realizada y toda
la investigación. Señaló que el lugar donde los testigos habrían estado
secuestrados corresponde a lo que hoy es el “Hogar San Benito”. Mostró fotos y
agregó, esta vez a los gritos: “Ahí van a poder ver los señores y lo van a
reconocer inmediatamente. Es tal cual lo que dicen los testigos”.
Los
planteos de Benedicto Fernández llegaron sobre el final de la inspección.
Esperó hasta que los testigos recorran todo, escuchó sus narraciones, vio y sintió
el dolor que esto les provocaba. Les había pedido precisiones de los puntos
cardinales. Y ahí, cuando faltaba poco por recorrer hizo su puesta en escena
secundada por los abogados Julieta Jorrat y Facundo Maggio. ¿Un acto de
perversión, acaso?
De todos
modos, las fotos y las indicaciones del abogado defensor no invalidan nada de
todo lo investigado. Tampoco niegan lo sucedido y lo que los testigos contaron
a lo largo de las audiencias. El CCD existió en ese predio llamado la ‘Colonia
de Menores’. Tanto el Hogar General Belgrano y el Hogar San Benito fueron
edificios de ese predio y las construcciones originales parecen guardar mucha
similitud. Y como todo este proceso judicial es un camino para alcanzar la
verdad, además de la justicia, el tribunal resolvió que el viernes 13 de
setiembre se realice el reconocimiento, con estos mismos testigos, en el
edificio del Hogar San Benito.
Volver
a esos lugares, pisar su suelo, “revivir el horror”, como había dicho Juana
Peralta. Otro momento que los testigos deciden afrontar, 37 años después,
buscando eso que les fue negado. Exigiendo eso que les pertenece: La Historia,
que nos pertenece a todos y que requiere que todos seamos parte.
Comentarios
Soy uno más de los que tuvimos que irnos de Tucumán. ¿cuantos de nosotros estamos desperdigados por el mundo? Quizá, los suficientes para sostener la memoria y, donde sea, revivir a cada uno de ellos: muertos o desaparecidos, continuando la línea de una ética política por la cual todos luchamos.
Jilius Fusick decía que por la alegría fue al combate, por la alegría muere y que nunca su nombre sea asociado a la tristeza.
Más allá del profundo dolor por todos padecido, en especial, el inimaginable que tuvieron antes de la muerte, que se agigante en nuestros hijos la herencia de estos valores sublimes por los cuales se ha luchado y nos sentimos humanos.
Lito Rodriguez
Abrazos
Diario del Juicio - Megacausa Tucumán